miércoles, 19 de enero de 2011

Pesto y los delfines

Pesto en posición de combate al estilo canguro boxeador.

Me lo advirtió un amigo cuando empecé estas memorias a un ritmo acelerado.  “Te vas a quedar corto de recuerdos”, me escribió. No ha sido fácil mantener la disciplina de una entrada al día. Hoy regreso con un tema que me viene dando vueltas en la cabeza desde hace tiempo. Uno de los problemas es que no sé cómo denominar el fenómeno (o los fenómenos).  Podría llamarse mis experiencias de comunicación “transhumana”. O comunicación con otros “entes”. El más sencillo de abordar es mi experiencia de comunicación con animales. El otro, que vendrá después, se refiere a la comunicación con el “más allá”.


No fui un niño que tuvo mascotas. Para ser exactos, tuve pocas mascotas y nunca significaron relaciones muy profundas o de larga duración. Pasaron por mis manos las pequeñas tortugas y pececitos en un vaso, que terminaron en algún desagüe. También algún pollito, de esos de verbena que pintaban de colores. Uno de ellos creció un poco en casa, se convirtió en un pollo y una señora que trabajaba en la casa se lo llevó al rancho. Cuando ingenuamente le preguntaba por el pollo, me decía que allí estaba en el rancho, creciendo cada día más. Seguro que esa era una mentira piadosa para no revelarme que el pollito “morao” había terminado en un sabroso sancocho. Tuve un lorito, al que mi hermana y yo llamamos Sandro. Un día nos llevamos la sorpresa que se había escapado. Siempre sospeché que la muchacha de la casa lo había soltado.


Mis encuentros con los perros no siempre fueron felices. Cuando iba a casa de mis amigos que tenían perros, como los hermanos Bitán, con sus dos boxers y una collie (del tipo Lassie) me sentía bastante incómodo, por no confesar que un poco asustado. Lo mismo cuando visitaba la casa de mi tío Jaime, donde también había una collie (creo que se llamaba Linda) y después un chau chau que me intimidaban. Mi encuentro con un perro, digamos del “segundo tipo”, con Pinky, una especie de pudel con pekinés de mis primas Mechi y Cotty, fue más bien torpe, pues no sabía cómo pasearlo y hacer que me obedeciera. 


Entré de lleno en el mundo de las mascotas cuando conocí a Cheryl, mi esposa, pues en su casa vivía Paquita, chihuahua con pedigrí que se vestía con cuellos de tortuga para mantenerse caliente en las frescas Colinas de Vista Alegre. Después vendría Pulga, una doberman pinscher un poquito pasada de peso, que también vestía sus suéteres, sobre todo en diciembre. No entablé una relación muy profunda con ambas, pero debo decir que comencé a apreciar el lugar común sobre el “mejor amigo del hombre” (y de la mujer).


Mi vida dio un vuelco cuando mi hijo Alessandro trajo a la casa a Tica, diminutivo de la “gatica” que se encontró en una caja y que aceptamos se quedara unos días hasta que pasara uno de esos huracanes que azota a Miami. El huracán pasó, Tica se quedó, y por torpeza, ignorancia y flojera, no fue esterilizada y se puso a parir como paren los gatos. De Tica nos trajimos a Ottawa a Pesto y Susu (sus hijas), y a una nieta que se quedó huérfana, Mini. No sé si será la edad, o el encierro del invierno canadiense, pero mi relación con estas gatas, especialmente con Pesto (la preferida, pero no se lo digan a nadie), es comparable con la que puedo tener con un humano. Ellas se comunican con nosotros con su lenguaje particular de maullidos, “escarranchás” (del venezolanismo “escarranchar”), sobaderas y apretujones.  Un miau de reclamo, cuando piden comida, es muy distinto al miau de saludo (un “qué más, cómo estás”).  No digo nada que los que tienen mascotas no puedan confirmar en su experiencia cotidiana. Es cierto que a estos seres les falta articular las palabras, pero no es menos cierto que logramos con ellos una empatía que me atrevo a calificar de trascendental. 


Hoy leí que unos científicos proponen calificar a los delfines como “personas no humanas”, pues tienen un nivel de inteligencia superior a los humanos y un lenguaje bastante sofisticado.  Desde ya declaro a Pesto persona (y a Susu y Mini también, OK).