sábado, 5 de febrero de 2011

Un nuevo orden

La celebración del Día de la Victoria en casa de mi abuelo.
Una imagen comunica más que mil palabras, dice el lugar común. Ocurre con la fotografía que ilustra esta nota. Fue tomada en casa de mi abuelo materno, Salomón Serfaty (en el extremo izquierdo) algún día de abril ó mayo de 1945 en ocasión de una fiesta que organizó para celebrar el Día de la Victoria que selló el fin de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de la Alemania nazi.  Acompañan a mi abuelo: el Sr. Caspi, un judío turco que trabajaba en el consulado inglés, el Sr. Bengualid, el Cónsul británico, el Sr. Moisés Sananes, el Sr. Jaime Benolol, y dos señores indios (de la India), además de una mujer (en el extremo derecho) que, según mi madre, debe ser mi tía Mercedes (ó podría ser mi tía abuela Berta).  Atrás, escoltado por las banderas del Reino Unido y de los Estados Unidos, está el retrato de Winston Churchill, el Primer Ministro británico que prometió a su pueblo “sangre, sudor y lágrimas”, y que con determinación enfrentó a la bestia nazi. Para más señas, la foto fue tomada en la Tetuán del Protectorado, una situación semi-colonial que hacía que Marruecos estuviera administrativamente dividido en dos: el norte controlado por España y el sur por Francia.  Esta celebración pro-británica y pro-americana tenía algo de temerario, pues en el “Marruecos Español” mandaba Franco, quien oficialmente había sido un aliado de Hitler (recordemos que la División Azul de la España franquista peleó del lado de los alemanes entre 1941 y 1943).


La foto la colocó hace unos días mi primo Abraham Israel en Facebook. Causó revuelo entre primos y tíos, pues resultó todo un descubrimiento. Mi madre, quien sí se acuerda muy bien de ese día, reconoció a la mayoría de las personas en la foto. Recordó además con claridad que mi abuelo pidió que se prepararan platos sin carne en consideración con los invitados hindúes que asistirían. Esa celebración del Día de la Victoria era, además de una ocasión de regocijo por el fin de la terrible guerra, un punto que marcaba el inicio de un nuevo orden en el mundo. La bandera de los Estados Unidos allí es señal de un “cambio de guardia” geopolítico. Aunque el estandarte británico, coronado por el retrato del gran Churchill,  podía dar la impresión que el Imperio de Su Majestad seguía en pie, la verdad era que entraba en decadencia, como lo confirmarían la independencia de la India y de tantas otras colonias unos años después. Estados Unidos, cuyos soldados entregaron sus vidas para liberar a Europa, asumiría un papel fundamental en la reconstrucción del Viejo Continente, y pasaría a ser la principal potencia mundial, en competencia con la Unión Soviética. Un nuevo orden se instalaba.


Ese nuevo orden trajo muchos cambios. Dividió al mundo en dos bloques, el capitalista – democrático y el comunista – soviético. También desató un proceso de descolonización en Asia, África y América. Sin duda contribuyó al nacimiento del Estado de Israel, otro momento histórico que fue celebrado con mucha alegría en casa de mi abuelo Salomón, como me lo ha contado mi madre. La ola de descolonización llegó por supuesto a Marruecos, que se convirtió en país independiente en 1956. El conflicto árabe-israelí enrareció el clima de relativa convivencia pacífica que había existido entre marroquíes musulmanes y judíos.  Aunque en Marruecos no se llegó a los extremos que se vivieron en otros países árabes, la mayoría de los judíos decidió emigrar ante el riesgo de persecución y hostigamiento.


Es posible que ese nuevo orden, que nació de la victoria aliada y que se transformó en un mundo unipolar con la caída de la Unión Soviética, esté llegando a su fin. El otro día leí a un analista israelí que sintetizaba en una poderosa imagen la transición que se está produciendo: "En la plaza Tahrir de El Cairo la hegemonía de Occidente se está esfumando".  Este nuevo orden que está naciendo trae más preguntas que respuestas, más incertidumbre, y muchos temores. ¿Qué foto nos tomaremos para marcar este nuevo orden? ¿Podremos llamarlo el Día de la Victoria? ¿De la victoria de quién?

miércoles, 2 de febrero de 2011

De tal palo...

Mi hija Charlotte en su práctica de cine.

Esto de las memorias lo pone a uno sentimental. Uno quiere evitar caer en lo cursi, pero hay ocasiones en que la emoción lo arropa y uno se deja llevar por lo que siente. Más que recuerdo esta emoción es sobre el presente, el que ya va haciendo su camino, independiente de uno, como la vida que sigue, que se expande, y que también se repite. Hoy me emocionaron dos cosas. La primera, es la foto que me envió mi hija desde Montreal. Allí está Charlotte frente a una cámara 16 mm filmando sus primeras pruebas del curso de cine en el programa de comunicación en la Universidad Concordia. La segunda, el mensaje de mi sobrina Angie Benitah contándome que hoy había firmado el acta de graduación de Comunicadora Social de la Universidad Católica Andrés Bello. La vida se expande y se repite.


Esto de la comunicación es algo que se nos va convirtiendo en costumbre. Mi hijo Alessandro también estudia comunicación, y ya me ha dicho que le interesa el tema de la salud ó posiblemente explorar el área de las relaciones públicas. Gabriel, mi hijo mayor, estudió diseño gráfico, lo que también lo afilia con el mundo de los comunicadores. Era casi inevitable. Cheryl también es comunicadora, con experiencia en televisión y en publicidad. Y yo he estado en esto desde que tengo 18 años, primero en el periodismo, después en las comunicaciones corporativas, y como ya conté por allí, en las comunicaciones para/sobre la salud. 


La foto de Charlotte me trae el recuerdo de esas noches en casa de mis padres en Las Palmas, filmando con el equipo de SOMNUM , ó aquellas sesiones de radio entre el absurdo y el surrealismo que hacíamos en casa de Luis Parada (¿dónde habrán quedado esos casetes?). O los encierros en el cuarto oscuro de la universidad, cuando nuestro profesor de fotografía Jruscovek nos exigía que abriéramos la puerta, pues creía que no sólo estábamos revelando negativos. Un amigo, que no estudiaba comunicación y que tenía una novia que sí estaba en la carrera, me dijo una vez que lo que más le llamaba la atención era que los que estaban en comunicación se divertían un montón. Eso de andar con una cámara por allí inventando historias, haciendo entrevistas, las largas horas de edición de videos, los reportajes, la creatividad con la adrenalina y las hormonas de la juventud era puro disfrute. Es probable que los que estudian medicina ó ingeniería sientan algo parecido, pero no estoy seguro que sea lo mismo.  


Hay en esto de la comunicación, ya sea en una redacción de periódico ó en una agencia de relaciones públicas, una tensión, un estrés, que se termina convirtiendo en algo adictivo. Corremos siempre contra el reloj, estamos deslumbrados por la actualidad, que es más que la simple noticia, la simple rutina, porque pensamos, a veces de forma equivocada, que tenemos entre las manos algo trascendente. Estoy seguro que algo de esto le transmitimos a nuestros hijos y a nuestra sobrina. Algo de eso ha hecho que la vida se expanda, y en cierta medida se repita.