Ilan Chester (Czentochowski) también canta “Niño lindo” |
Por allí por el año 71 ó 72, había una niña del Moral y Luces, el colegio judío de Caracas, que cantaba en Las Voces Blancas de Elisa Soteldo. Lo recuerdo pues en uno de esos especiales navideños de televisión en el que salía el coro infantil cantando aguinaldos y villancicos, se comentó en casa, con cierta sorpresa, que esa niña entonaba con toda naturalidad el “Niño lindo, niño lindo, ante ti me rindo…”. Digamos que según ciertos cánones del más puro monoteísmo, no era de esperarse que una niña de la comunidad le cantara al llamado “niño dios”, lo que es desde la óptica judía no solamente un sinsentido, pues Dios no es niño, ni hombre, ni puede representarse de ninguna forma, sino un verdadero anatema. Sin embargo, esas consideraciones no impedían que uno terminara por aprenderse la melodía y, “sin querer”, cantara el conocidísimo villancico venezolano. Como pasaba con las gaitas que se referían a la Chinita, la advocación de la Virgen María que adoran los zulianos, que uno cantaba a viva voz más por lo sabroso que resulta el ritmo gaitero que por ninguna consideración religiosa.
En la Caracas en la que crecí, diciembre era un mes para la camaradería y la calle. Los niños patinábamos por las aceras y los parques hasta altas horas de la noche. Era también un mes de regalos, no porque en mi casa nos dieran regalos de Navidad, sino porque el 24 de diciembre es el cumpleaños de mi hermana Simy, lo que significaba juguetes para ella y para mí y mis primos Siky y Emilio. El 24 teníamos una buena razón para celebrar, así que no nos sentíamos totalmente aislados de nuestros vecinos cristianos que se reunían en familia en la víspera de la Natividad.
Por nuestra conexión española, diciembre también era el mes del turrón, de los polvorones y de la sidra. También de las castañas hervidas, que le gustan mucho a mi padre. Mi madre aprendió a hacer un panetone que le quedaba buenísimo. Después aprendería también a hacer las hallacas y el pan de jamón, en su versión casher conocido como pan de pavo. Debo mencionar aquí que mi mamá le puso un toque criollo a la tradicional oriza judeo-marroquí, agregándole plátano que sustituye muy bien a la batata (o boniato).
El 31 los niños nos quedábamos en casa, mientras los adultos iban a los bailes en alguno de los grandes hoteles de Caracas para recibir el año nuevo al son de la Billo’s ó de Los Melódicos. Mi hermana y quien escribe recibíamos el año con nuestras primas Mechi y Coty, comiendo las 12 uvas de ocasión y jugando monopolio.
Seguramente es la edad y la nostalgia, pero tengo la impresión que diciembre era en Venezuela un mes de tregua, de familia, de amistad. Es posible que no lo fuera para todo el mundo, es posible que todo fuera parte de aquella “ilusión de armonía” que denunciaron unos profesores del IESA. Pero en ese entonces, cuando escuchábamos cantar “Tun tun, ¿quién es? Gente de paz…” podíamos darle crédito a esas palabras.