miércoles, 22 de diciembre de 2010

Diálogo de sordos



Hay expresiones de uso corriente que son engañosas.  Dicen algo que parece obvio, que aceptamos como un lugar común. Pero a veces la experiencia desmiente la veracidad de tales expresiones. Esto me ocurre con la manida máxima que dice “esto es un diálogo de sordos” para significar que no hay entendimiento entre las partes, que no se escuchan.  Yo puedo dar testimonio que con los sordos el diálogo es posible, no sólo entre ellos, sino entre personas que supuestamente escuchamos bien (aunque mi esposa me reclame que casi nunca la escucho) y personas con discapacidad auditiva, para decirlo en los términos horribles de lo “políticamente correcto”.


A finales de los años 80 del siglo XX (esto ya suena a pre-historia), íbamos a la imprenta todos los viernes en la mañana a revisar las pruebas del semanario Nuevo Mundo Israelita antes que se imprimiera. Digo íbamos, pues allí estábamos siempre Néstor Garrido, María Teresa País de Visconti, Estrella Chocrón y este servidor. Veíamos página por página montadas a partir de la galeradas de textos que salían de las máquinas de fotocomposición. La imprenta se llamaba Textolisto y estaba ubicada en un edificio industrial en San Martín, no lejos del Hospital Militar.  El fuerte de ellos eran las revistas hípicas, las de lotería, una que era del tipo Crónica policial (de un amarillismo casi lírico) y las revistas pornográficas (siempre temí que alguna foto subida de tono se nos colara en el semanario, cosa que por suerte nunca ocurrió).


En la imprenta trabajaban algunas personas sordas. El INCE de Venezuela, instituto de capacitación técnica, instituyó un programa para formar a personas con discapacidad auditiva en el área de artes gráficas. Una de las grandes ventajas de los sordos, me decían los dueños de la imprenta, era que tenían una gran capacidad de concentración, lo que les permitía prestar atención particular a los detalles del montaje manual de textos y la realización de los fotolitos que después se “quemaban” en las planchas que se pondrían en la rotativa. La comunicación con estos trabajadores gráficos no solamente era fluida (ellos leían los labios y yo aprendí algunas señas del lenguaje de sordos), sino que iba más allá de los requisitos del trabajo. Uno de ellos (cuyo nombre lamentablemente no recuerdo) era particularmente locuaz. El se ocupaba de la fotomecánica. Mientras esperábamos que hiciera las pruebas, manteníamos conversaciones sobre lo humano y lo divino. Además, él tenía la capacidad de contar unos chistes buenísimos a punta de lenguaje de signos.


Los sordos no solamente eran buenos conversadores, sino excelentes bailarines. Todos los diciembres se hacía la fiesta de fin de año en la sede de Textolisto, donde por supuesto no podía faltar la música, especialmente la salsa y la tradicional gaita. La música sonaba por unos parlantes inmensos a todo volumen. Las parejas de sordos se ponían muy cerca de los altavoces para sentir las vibraciones que penetraban sus cuerpos y así bailar al ritmo de la salsa y la gaita.  Había en ese baile un diálogo entre cuerpos, que sin duda no era para nada un diálogo de sordos.

2 comentarios:

  1. Nuestro locuaz amigo se llamaba Eve (por lo menos así le decían).
    Realmente, la experiencia en Textolisto era única y, desde el punto de vista personal, de gran riqueza humana. Gracias por este recuerdo.

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  2. Genial!
    Interesantisima la cultura de los sordos, es un mundo muy especial y muy poco apoyado en nuestro pais.

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