jueves, 6 de enero de 2011

¿Dónde estabas metido?

No envíes un telegrama, pero llama.

Mis hijos no conciben un mundo pre-celular (esto me suena a clase de biología de segundo año). Me explico: para ellos en el mundo siempre ha habido teléfonos celulares, no se pueden imaginar un mundo sin móviles. Ahora bien, ¿es la vida de los padres más llevadera gracias al celular? No estoy muy seguro. Empiezo con un par de anécdotas, de esas prehistóricas.


En agosto de 1978 mi padre mandó a movilizar a Defensa Civil, el grupo de rescate venezolano, para que saliera a buscarme a mí y a mis amigos Ernesto Schmied y Max Contasti por la Laguna Negra y el Pico Mucuñuque (me encanta este nombre) en la zona de los Andes merideños. Después de una semana en los parajes montañosos no habíamos dado señales de vida. La verdad era otra. Sí intentamos dar señales de vida, pero el estado de las comunicaciones en Venezuela en ese entonces no permitió que estas señales llegaran a su destino. Nuestra primera parada fue el pueblo de Santo Domingo. Allí buscamos un teléfono público para avisar que habíamos llegado bien. No era para sorprenderse, pero el único aparato estaba dañado. Así que decidimos, por iniciativa de Max, ir a la oficina de correos y enviar un telegrama a mis padres con el tranquilizador mensaje: “LLEGAMOS BIEN”. 


Después de una semana pescando truchas en la Laguna Mucubají, fuimos a la ciudad de Mérida a comprar provisiones. Allí conseguí un teléfono público que funcionaba y llamé a mi casa. Del otro lado de la línea mi madre gritó: “¿Dónde estabas metido?”, para seguidamente agregar el cuento de Defensa Civil y la sospecha que nos había caído una avalancha de nieve encima, y todas esas pesadillas que tenemos los padres cuando los hijos no se dignan a comunicarse con nosotros. Le dije que había enviado un telegrama, que debía haber llegado a Caracas al día siguiente. No, el telegrama no había llegado. De hecho, llegó dos semanas después, cuando yo ya había regresado a mi casa.


Al año siguiente (1979) también en agosto, yo estaba en el norte de Israel, en el kibutz Malkía, en plena frontera con el Líbano. Un sábado en la mañana, mientras tomaba sol en la piscina, un miembro del kibutz llegó gritando mi apellido: “Nahón, Nahón, llamada para Nahón”. Salí corriendo a una oficina donde me pasaron el auricular. De nuevo la voz de mi madre me reclamó, casi con las mismas palabras, porqué no llamaba. Ella estaba alarmada porque habían llegado a Caracas cuentos de que teníamos que pasar las noches en los refugios antibombas, porque los guerrilleros de la OLP disparaban desde el sur del Líbano cohetes katyushas hacia los pueblos y kibutzim ubicados en el norte.  La verdad es que la cosa no era todas las noches y que para nosotros, puede ser por la edad ó el gusto por la aventura, esto de los katyushas nos parecía mucho menos dramático.  Además, llamar a Venezuela no era fácil. No solamente había que conseguir un teléfono público, sino que había que comprar un montón de moneditas especiales que tenían un huequito.


Vuelvo a mi pregunta: ¿el hecho que nuestros hijos tengan un celular realmente hace que los padres estemos más tranquilos? Teóricamente sí. Pero, ¿qué pasa cuando no atienden? ¿O cuando no se dignan a responder un mensaje de texto? ¿O cuando prefieren tener el teléfono apagado, dizque que porque se “descargó”? Siento la misma angustia que mi pobre madre en los tiempos pre-celulares. Tenía razón mi padre cuando me repetía: “Hijos fuisteis, padres seréis”.

lunes, 3 de enero de 2011

Jewish talk (esto es lo que hay)

Una buena guía para aprender a hablar "judío".

Hay una escena de Seinfeld que resume para mí lo que podría ser la “comunicación judía” por excelencia. El padre de Jerry, que está pasando unos días en Nueva York, llama a un amigo en el Sur de la Florida (donde los viejos judíos norteamericanos se van a retirar), quien reacciona ante el imprevisto telefonazo preguntando con un grito muy judío: “¿Quién murió? ¿quién murió?”. La llamada no era para anunciar el deceso de nadie, sino para pedirle un favor. Pero en el código judío el “Who died?” dice mucho sobre esa forma de comunicarnos que tenemos los judíos bajo ciertos supuestos o presupuestos. 


Esta forma judía de comunicación trasciende la división asquenazí/sefardí. La escena de Seinfeld, que refleja la interacción entre dos judíos típicamente americanos, y probablemente neoyorquinos asquenazíes, podría haber sido protagonizada perfectamente por dos judíos marroquíes o turcos. El código judío, alimentado por una serie de imaginarios comunes que configuran el pensar y sentir judíos, tiene una cierta universalidad que incluso supera las barreras del tiempo. En algunos pasajes de la Biblia y el Talmud, por mencionar dos textos canónigos del judaísmo, encontramos ya algunos pasajes que podrían haber sido escritos por Woody Allen o los hermanos Marx. Por ejemplo, en un intercambio entre sabios alrededor del relato de la Torre de Babel recogido en el Midrash (leyendas o historias que complementan el relato bíblico)  se cuenta, al describir el hecho que Dios “bajó” a ver la construcción de la torre, lo siguiente: “Rabí Shimón ben Yohai dice: éste representa uno de los diez descensos mencionados por la Torá (efectuados por el Santo Bendito sea Él hacia la tierra). ‘Que los hijos del hombre habían construido’ . Ah bueno, y qué habrían dicho, exclamó Rabí Berejia, ¡que ellos eran hijos del asno o del camello!”. 


Hay un pequeño libro intitulado Jewish as a Second Language de Molly Katz  que recoge con humor una serie de situaciones y de diálogos muy informativos sobre el Jewish talk. Pero la comunicación judía también toca otros ámbitos que no solamente se refieren a lo verbal. En distintas ocasiones y lugares, ya sea Canadá, Estados Unidos, Venezuela ó Francia, he constatado que la atención en los lugares judíos donde se vende comida, sean kosher ó no, es generalmente bastante mala. Yo tenía la hipótesis según la cual el hecho que el lugar fuera kosher, es decir apto para el consumo de judíos, influía en el maltrato a los clientes, pues quien debe comer ó comprar allí no tiene muchas opciones. De alguna forma la deficiencia en la atención se expresaría en este idea: “Esto es lo que hay”. Pero no, mi hipótesis resultó equivocada, ya que el mismo tipo de trato lo he observado en sitios que se definen como restaurantes judíos pero que no son kosher. Así lo sentí, por ejemplo, en un lugar que ya no existe en Miami Beach llamado Rascal House. Mi familia y este servidor éramos fanáticos de los desayunos en Rascal, y eso a pesar del trato poco amable de quienes nos servían. Y que conste que a veces nos tocaban meseras filipinas o latinas que ya habían aprendido muy bien el código de la atención judía. A su ritmo (cuando ellas lo querían) y a veces con ciertas malas pulgas, nos servían esos dulcitos deliciosos con una cara que nos decía: “No te quejes que esto es lo que hay”.