sábado, 12 de marzo de 2011

Después del diluvio

El espejo de la caída de Babel.

Para los que crecimos expuestos a la televisión de los años setenta, Japón era fuente de programas apocalípticos. Ultramán y Godzilla nos pintaban desastres de proporciones bíblicas. Las peleas entre monstruos y superhéroes gigantescos generaban una destrucción de cartón piedra que, al menos en el terreno de la imagen, no estaba lejos de lo que hemos visto en estos días en los noticieros.  En alguna medida la fantasía imita a la realidad, ó la realidad termina golpeándonos en la cara con una “hiper-realidad” que supera todas las pesadillas de la ficción audiovisual. Algo similar sentimos ante las Torres Gemelas que se desplomaron el 11 de septiembre.  Eso ya lo habíamos visto en el cine, o por lo menos una versión del desastre ya había sido llevada a la pantalla. 


En el caso japonés juega un papel fundamental el tema nuclear. Hiroshima y Nagasaki marcaron para siempre el imaginario colectivo de ese país. Las películas y programas de TV apocalípticos fueron la expresión de una ansiedad colectiva ante la posibilidad de otro holocausto atómico. Hoy las noticias vuelven a alimentar esas ansiedades, que hoy gracias a la globalización se convierten en ansiedades compartidas por toda la humanidad. La explosión en una planta nuclear termina de completar el cuadro de imágenes diluvianas del tsunami en Japón.  


La primeros años del siglo XXI han estado marcados por grandes desastres. No puedo afirmar si lo que hemos visto en esta década supera a décadas anteriores en la frecuencia y dimensión de los embates de la naturaleza. Lo que sí parece claro es que cada vez tenemos más conciencia del desastre ajeno. Gracias a la televisión, y más recientemente al Facebook y al Twitter, los desastres se nos cuelan por los ojos y los oídos. Estamos hiperinformados, y eso se ha traducido en grandes olas de solidaridad, como las que vimos ante el tsunami en el sudeste asiático y en los terremotos de Haití y Chile. 


Esta conciencia de la fragilidad humana y de la implacabilidad de la naturaleza nos coloca en una posición similar a la de los constructores de la Torre de Babel. El relato de Babel en la Biblia viene justo después del relato del Diluvio. Los comentaristas del Talmud y del Midrash dicen que la generación del Valle de Shinar, el valle donde se concentraron los constructores de la gran torre, emprendieron ese monumental proyecto con el objetivo de evitar otro diluvio. Estaban imbuidos de la memoria del Gran Diluvio, y habían podido calcular, según ellos, cuándo se produciría el próximo desmadre que arrasaría con todo lo viviente sobre la Tierra. Se plantearon una solución al mismo tiempo tecnológica y militar. Creían que si llegaban al cielo podrían evitar que se “desbordara el agua” de nuevo. También pretendieron librar una guerra con el Altísimo en su terreno. Ya sabemos que la rebeldía les costaría caro. La construcción de la torre ya no fue viable cuando Dios confundió las lenguas, es decir cuando la comunicación fue imposible entre los osados humanos que ilusamente creyeron que era posible dominar a la naturaleza. La utopía de Babel, es decir el ideal de una humanidad unida en el gran proyecto de la dominación total sobre el orden natural, terminó en la dispersión de seres humanos condenados a no entenderse.