miércoles, 13 de abril de 2011

Mos abondara: el ladino de la Hagadá

El "cavrettico" ó el "cabrito" de Had Gadiá.
Siempre me pareció que el título del pri­mer tomo de las memorias de Elías Ca­ne­tti, La lengua absuelta, se refería al alemán, idio­ma en el que escribió toda su obra este ju­dío sefardí nacido en Bulgaria. El mismo Ca­netti explica el título de la obra en el pri­mer capítulo de sus memorias, basado en un re­cuerdo de infancia en el que un hombre, el aman­te de su nana, lo amenazaba con cortar­le la lengua. La lengua absuelta representa el ór­gano físico que el escritor “salvó” de la na­va­ja de ese hombre que, con aquel gesto in­ti­mi­dador, aseguraba el silencio del niño (To­más Eloy Martínez prefería llamar este libro La lengua salvada). Pero en el terreno de las interpretaciones, podríamos decir que Ca­ne­tti “salvó” y “absolvió” al alemán, el idio­ma de los verdugos nazis, como un gesto de rea­firmación y de victoria. Uno de sus otros idio­mas era el ladino (hablaba también fran­cés e inglés), al que llamaba la “lengua de la co­cina”, que aprendió de pequeño de la boca de su madre, orgullosa judía sefardí que pen­sa­ba que el origen español le daba un cierto ca­rácter aristocrático.

Los judíos estamos expuestos al fenó­me­no políglota, especialmente los que hemos te­nido que emigrar más de una vez. Esto nos ge­nera algunas ansiedades sobre el idioma o los idiomas, particularmente cuando pensa­mos cuál deberíamos considerar nuestra len­gua materna, con todas las implicaciones que ello puede tener en la constitución de nues­tra identidad e incluso de nuestras sensi­bi­li­da­des. No tengo duda en afirmar que mi idio­ma materno es el español, o para ser más pre­cisos el castellano. Pero hay ciertos mo­men­tos que se han quedado en mi memoria en ladino, o en judeo-español. Muchos re­cuer­dos están ligados a la haquetía, esa for­ma dialectal del judeo-español de los judíos del norte de Marruecos, en la que se mezclan un español arcaico, el hebreo y el árabe. Y es­tá el ladino de la Hagadá de Pésaj, un ver­da­de­ro pequeño tesoro literario y lingüístico que disfruto cada Séder (cada segundo Sé­der, para ser precisos), cuando recitamos la his­toria del éxodo de Egipto en el idioma ori­gi­nal (en arameo y en hebreo), y en ese “es­pa­ñol” tan particular que mantenemos los ju­díos como un vínculo con esa Sefarad que más que “patria”, fue madrastra cruel. Vale aquí pues evocar la imagen de la “lengua ab­suel­ta”, e incluso “salvada”, del idioma que guar­damos y pasamos de generación en ge­ne­ración a pesar de las persecuciones, jus­ta­men­te para recordar aquel primer éxodo en me­dio de tantos otros éxodos.

El ladino de la Hagadá —que en Vene­zue­la se ha conservado en las ediciones bilin­gües promovidas por personas como Moisés Gar­zón Serfaty, mi tío Amrán Nahón y  mi re­cor­dado primo Moisés Serfaty Serfaty (Z´L)— le da un sabor especial a la épica de la escla­vi­­­tud y liberación del pueblo de Israel. Cuan­do leemos el Ha Lajmá Haniá en la traduc­ción ladina siento que la historia del éxodo es pro­fundamente universal: “Este pan de la afli­gisión que comieron nuestros padres en tie­rra de Egifto. Todo el que tenga hambre que venga y coma. Todo el que tenga menes­ter pascual que venga y pascue…”. Empezamos la Hagadá con una afir­ma­ción radical; todo suena en ladino como “to­dos”, como la Humanidad hambrienta, mar­gi­na­da, explotada, oprimida, sin distingo de cla­se, religión, cultura o nacionalidad. 

Seguimos con el Ma Nishnataná, que en la­dino es “la noche la esta” diferente “más que todas las noches”, en la que liberados ya del yugo del opresor, todos “comientes y be­dien­tes… todos rescobdados”, como los an­ti­guos que celebraban sus ágapes recostados en sus cómodos cojines. Pero la Hagadá in­me­diatamente nos recuerda que “Siervos fui­mos de Parhó en Egifto. Y sacónos ‘A’ nuestro Dios de allí con poder fuerte y brazo ten­di­do…”, como para decirnos que los rescob­da­dos de hoy fuimos alguna vez los esclavos de an­taño, conciencia de aniyut, de la pobreza y de la humildad que no debería abandonar­nos.

La Hagadá es una épica plena de mila­gros y de maravillas (como lo dice la tra­duc­ción en ladino), pero no oculta los puntos fla­cos del pueblo de Israel. En su arqueología de los orígenes de los hijos de Abraham, la Ha­gadá nos dice que “De principio, sirvien­tes servi­cios extraños eran nuestros pa­dres… Térah padre de Abraham y padre de Na­hor y sirvieron ídolos otros”, otra forma de es­cla­vi­tud de estos siervos so­me­ti­dos a los ídolos de la pie­dra muda y del oro brillante.

Como tantos otros libros de nuestra tradición (El can­­tar de los cantares o el Li­­bro de Esther), la Ha­ga­dá tiene su momento eró­ti­co, momento que pasa en prin­cipio inadvertido pa­ra los que no com­prendemos bien el hebreo. Es en el con­tex­to del relato de la repro­duc­ción de los israelíes en Egipto, que habían llegado allí en número de setenta al­mas pero que se “frochi­gua­ron y sirpieron y mochigua­ron­se”, todas palabras que con maravilloso arcaísmo nos hablan de la fe­cun­didad de nuestros ancestros. Más ade­lan­te, en refe­rencias más explícitas, el texto di­ce: “Y mochigüite y engradecite y vinites con afei­tes de afeites, pechos compuestos y tu ca­bello hermollesién y tu desnuda y des­cu­bier­ta”.

La crueldad de los opresores, los ege­fi­cia­nos, adquiere una dimensión en ladino que re­cuerda las barbaridades de los genocidios mo­dernos: “Y a nuestros lazerios estos los hi­jos. Como ansí es dicho: Y encomendó Parhó a todo su pueblo por dezir: Todo el hijo el na­ci­do al río lo echaredis, y toda hija aberi­gua­re­dis”.

Cuando llegamos a las plagas, la lectura la ha­cemos solamente en hebreo. Evitamos la traducción al ladino, pues es suficiente leer una sola vez sobre todas las heridas por las que pasaron los egeficianos, para tener que re­petirlas en español. Hay en la Hagadá una cier­ta consideración con los opresores, con­si­deración que se expresa en otros textos co­mo aquel Midrash en el que Dios reprende a los israelíes que cantan alabanzas después que Parhó y sus huestes se ahogaron en el Mar Rojo.

El momento más alegre de la noche es el Da­yenu, que en ladino se convierte en un co­ro animado de Mos abondara, animación en la que el vino tiene su influencia. Mos abon­da­ra repetimos cada vez que recordamos “cuan­tos grados buenos el Criador sobre nos”, una abundancia que nos colma, por la que estamos agradecidos y por la que pedi­mos que nos “allegue a plazos y a pascuas otras las vinientes en paz”. Amén.

(Esta nota salió originalmente publicada en el Nuevo Mundo Israelita de Caracas)

4 comentarios:

  1. Muy buena, Isaac. Porque abadim hayinu, que esta Pascua sea feliz y kasher.

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  2. Emilio,
    Que tengas un muy feliz Pesaj en compan~ia de tus seres queridos.
    Un abrazo,
    Salomi

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  3. Hola Isaac, me gustaria mucho poder conseguir una hagada de pesaj en Ladino. Soy de Argentina, sabrias donde podria conseguir una ?

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  4. Si me envías tu dirección postal en Argentina, te puedo enviar una copia de la que yo tengo. Escríbeme a inahonserfaty@gmail.com

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