“Yo no soy un producto”, me espetó Carlos Andrés Pérez en 1988 apenas comenzaba una entrevista que le hice en su famosa oficina de la Torre Las Delicias para la revista Producto. Preparábamos un número especial sobre mercadeo político en Venezuela que saldría en plena campaña electoral. Entrevistamos a los candidatos (recuerdo que mi colega Jessie Caballero entrevistó a Eduardo Fernández, El Tigre), ex –presidentes y asesores de mercadeo político, como el famoso Joe Napolitan. CAP, que estaba en camino de ganar su segunda presidencia, comenzó la entrevista de forma defensiva, tratando de hacer un chiste, pero sin duda revelando un lado débil. Al decirme “yo no soy un producto”, se estaba anticipando a una pregunta que le hice enseguida: “¿Pero no es usted un producto del marketing político?”. En su primera campaña electoral, por allí en 1972, se dijo que asesores norteamericanos crearon un CAP digerible para las grandes masas. El lema “Ese hombre sí camina, va de frente y da la cara”, los jingles pegajosos de Chelique Sarabia (el mismo de Ansiedad) y un nuevo look (las patillas largas y una forma de vestir más deportiva) contribuyeron a crear al personaje político que se convirtió en la referencia por excelencia del populismo adeco y de la Venezuela Saudita (ver video que acompaña esta nota). Las cosas cambiaron en la segunda presidencia. El hombre que “hubiera preferido otra muerte” (en sus propias palabras, cuando le tocó renunciar a la presidencia por orden de la Corte Suprema de Justicia) trató de hacerle tragar al país un paquete de reformas económicas con el discurso de los tecnócratas que lo acompañaban en el gabinete. Pero el “producto” CAP defraudó a las masas y a ciertas élites que esperaban retornar a la promesa de la Gran Venezuela y del "ta'baratismo" (por lo de “está barato, dame dos” del mítico 4,30). Su branding, como dirían los expertos en mercadeo, se convirtió en cierta medida en su peor enemigo; su imagen de populista dinámico, enérgico, decidido, generó unas expectativas que no pudo cumplir. El Caracazo de febrero de 1989, apenas unos días después de la toma de posesión de CAP, fue el primer síntoma severo de la decadencia de un sistema que entraba en su etapa terminal.
Cabe preguntarse si las miserias de la política de hoy en día, tanto en Venezuela como en el resto del mundo (pienso en España, Italia, Israel, Canadá, Estados Unidos, entre otros países), no son justamente en parte la consecuencia de este énfasis en el branding y en el empaque para vendernos a políticos potables. La preeminencia de la imagen y del discurso efectista ha dejado de lado la substancia y una visión del futuro. Es difícil encontrar hoy referencias como un Churchill, un Rómulo Betancourt o incluso un Felipe González. Basta pensar en Berlusconi para hacerse una idea de las consecuencias terribles que una política de la imagen asociada con el poder económico pueden tener para un país. Pero no pensemos nada más en los ejemplos que nos vienen de la derecha. Nuestro mercadeo político venezolano, con el disfraz del discurso de izquierda, creó un producto que con la máscara del progresismo y el cambio nos ha retrotraído a los peores tiempos del caudillismo autocrático. En el fondo se trata del mismo fenómeno. Pura propaganda adobada con la sazón de los petrodólares. Veremos hasta cuándo aguantará el pueblo que, como en el caso de CAP, está deslumbrado por la promesa populista.