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viernes, 26 de noviembre de 2010

Si te olvidare, oh Jerusalén…

Esta foto la tomó Susana Soto en el monumento a las víctimas de la Shoá en Caracas   




Una tarde en 1987 (¿ó 1988?) Néstor Garrido llegó un poco molesto a la redacción del Nuevo Mundo Israelita. Venía de entrevistar a Ben Ami Fihman para un reportaje sobre escritores judíos venezolanos. Fihman, con su prepotencia proverbial, le dijo a Néstor que no se podía hablar de literatura judía. Fihman, provocador e iconoclasta, le lanzó al periodista: “Si vas a definir a un escritor como judío porque escribe sobre los judíos, entonces podríamos decir que Hitler o Geobbels fueron escritores judíos, pues escribieron mucho sobre los judíos y el judaísmo”. Estas fueron más o menos las palabras del crítico gastronómico para despachar el tema.

La irreverente propuesta de Fihman (que salió publicada tal cual en el reportaje) ponía el dedo en la llaga de la identidad, una llaga con la que todos los judíos hemos tenido que lidiar en algún momento de nuestras vidas. Es el problema eterno de ¿quién es judío? En otros términos, ¿qué hace a un arte, a una literatura, a un periodismo, a una cocina, judíos? ¿Por qué esta necesidad de definir todo desde la perspectiva judía? ¿Por qué este “judeocentrismo”?

Responder estas preguntas requeriría una serie de consideraciones y un espacio que sobrepasan el propósito de estas memorias fragmentarias. Pero vale la pena avanzar algunas ideas. La primera es que esto de la identidad es más bien relativo. Pensando en escritores, quién podría negar que Elías Canetti, Isaac Chocrón, Isaac Bashevis Singer, Amos Oz, Philip Roth, Elisa Lerner, por sólo nombrar algunos, son judíos en distintos momentos y en distintas formas en sus obras. En algunos, el signo judío es más marcado que en otros, pero quién se atrevería a decir, como lo pretendía Fihman, que estos escritores no produjeron una literatura judía, no solamente por sus orígenes, sino por el material y el estilo de muchas de sus creaciones.

Hay otro punto que Fihman, con su provocadora respuesta, probablemente quería evitar confrontar. La identidad no es puramente afirmación positiva, es también conflicto. Es lo que alguna vez llamé la “dolorosa identidad”, una expresión que me vino a la mente cuando Daniel Shoer Roth, ahora periodista en El Nuevo Herald de Miami, me contó una anécdota muy reveladora de los vericuetos de la judeidad. Daniel escribió un libro sobre cinco grandes periodistas de opinión judeo-venezolanos: Gustavo Arnstein, Alicia Freilich, Paulina Gamus, Carlos Guerón y Sofía Imber. Un día un reconocido editor y articulista venezolano, cuyo nombre me reservo, le reclamó a Daniel porqué no había incluido su nombre en el libro. Daniel le respondió sorprendido: “Nunca pensé que te consideraras judío”. Así es la identidad, gelatinosa, cambiante y profundamente emocional. Quién sabe si este editor y articulista, que en otra época de su vida prefirió evitar la identificación con lo judío, con los años sintió una necesidad de sentirse a su manera judío.

El salmo que inspiró el título de esta nota dice mucho de esta conciencia del “deber de identidad” que sentimos muchos judíos: "Si te olvidare, oh Jerusalén, olvídeseme mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no te recordare, si no alzare a Jerusalén a la cabeza de mis alegrías" (137, 5-7).

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Llegó el télex

Isaac Nahón, Susana Soto, Néstor Garrido y Pedro Luis Cedeño en NMI
Corrían los primeros años de la década de los ochenta cuando me inicié en esa escuela de periodismo que fue para muchos de nosotros el semanario Nuevo Mundo Israelita. Estudiaba en la noche en la UCAB y en las mañanas trabajaba en el periódico de la comunidad judía. Mi primera jefa fue Priscilla Abecasis, una directora jovencita con mucho ímpetu y mucho profesionalismo. Formaban parte también del equipo Judith Crosignani (coordinadora de información), María Teresa Pais de Visconti (diagramación), Alberto Sisso y León Tejtelbaum (fotógrafos). Priscilla dejó la dirección pues se fue al Museo de Bellas Artes, y Judith asumió las riendas del periódico por un tiempo. Judith también cambió de rumbo profesional, y Pablo Goldstein fue nombrado director del semanario por segunda vez. Después se incorporaría al equipo Oro Jalfón. Más tarde se integrarían Néstor Garrido, Susana Soto, Pedro Luis Cedeño, Charlie Riera y Estrella Chocrón. También colaboró con nosotros Mercedes Russo, quien escribía unas entrevistas de personalidad muy buenas. Entre idas y venidas, ocupé la dirección del semanario en dos ocasiones.

De los recuerdos de esa época no se me olvidan los días de cierre, los jueves, en los que esperábamos la llegada del télex para terminar la primera página del semanario. El télex era un “chorizo” de noticias que llegaban desde Israel por un teletipo que había en la Unión Israelita de Caracas, donde están ubicabas las oficinas del Nuevo Mundo. El télex lo enviaba una agencia llamada JNI, venía escrito en mayúsculas y terminaba  siempre con la expresión en hebreo SHALOM RAV ("paz abundante" sería una traducción posible). El “chorizo” nos proveía parte del material de primera página, que se completaba con noticias locales.

A la luz de los avances que hemos visto en las tecnologías de información y comunicación, contar esto me ubica casi en la prehistoria del periodismo. Estamos hablando de hace apenas  20 años, pero los cambios han sido tan dramáticos que me siento como si hubiera sido testigo del nacimiento de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg.

Recordando esos tiempos de télex me vino a la memoria una discusión que se dio en el gremio periodístico venezolano sobre el uso de los llamados Video  Display Terminals  (VDT) en las redacciones de los diarios. El Sindicato Nacional de Prensa emitió un comunicado en 1978 en el que denunciaba que “al periodista se le pretende añadir una nueva función según la cual estaría obligado a alimentar la memoria central de una computadora con la información que su sagacidad, su inteligencia y su fuente le han proporcionado”. El sindicato buscaba proteger los puestos de trabajadores gráficos que transcribían en los terminales las cuartillas escritas por los periodistas. De hecho, prohibió por un tiempo que sus afiliados usaran los VDT en las redacciones, con la excepción de quienes ejercían funciones de secretarios de redacción. Ya sabemos cómo terminó esta historia.  Probablemente haya algunas lecciones que sacar de la polémica sobre los VDT. El oficio del periodista se está redefiniendo dramáticamente y todavía hay quien le tiene miedo a los “VDTs” de ahora. Vivimos tiempos de muchas preguntas y mucha incertidumbre para el periodismo, pero también tiempos de grandes oportunidades.