viernes, 26 de noviembre de 2010

Le malade imaginaire

Cuando uno se pregunta porqué uno está donde está, no queda otra que mirar hacia atrás y comenzar a atar cabos. ¿De dónde me vino esta obsesión por los temas de salud? ¿Por qué ese interés casi morboso por lo patológico? La explicación fácil, y sin duda fundamentalmente cierta, es que siempre he sido un hipocondríaco. El año que hice de psicoanálisis me sirvió para exorcizar recuerdos infantiles, traumas y angustias. No creo que me deshice de ellos ni mucho menos. Los sublimé, manejé, manipulé, aprendí a autoengañarme. Pero la hipocondría siguió siempre allí, con sus momentos agudos y sus períodos de latencia. Otra razón es la impronta maternal. Mi madre, farmacéutica, tiene mucho que ver con las preferencias académicas (y también con la hipocondría). Ella hubiera querido que yo fuera médico, que me hubiera ido a Israel a estudiar con su hermano, mi tío, traumatólogo en Beersheva.  Las cosas no ocurrieron exactamente como ella lo soñó, pero de alguna manera la impronta de la salud marcó mi carrera profesional y académica.

En 1990 yo trabajaba en Empresas 1BC, el conglomerado que agrupaba a RCTV, Radio Caracas Radio, Sonográfica, entre otras compañías. Mi jefe era Josué Fernández, mi profesor y amigo, que era el Vice-Presidente de Asuntos Corporativos.  También trabajaban conmigo Rafael Pedraza, quien me había recomendado para la posición de Gerente de Entorno, y Raúl Llovera Mayz. Mi equipo de análisis de entorno lo integraban para entonces dos jóvenes egresados de la UCAB: Isabel Fornez y Ramón Chávez.  Un día leí en el periódico un anuncio de Fundayacucho donde se informaba de un acuerdo con la Provincia de Quebec (Canadá) para becar estudiantes venezolanos en las universidades de habla francesa. Yo sabía algo de francés y tenía desde hace algún tiempo la inquietud de hacer una maestría. Lo consulté con Josué, quien me animó a iniciar el proceso para que me admitieran en una universidad quebequense. El había tenido la oportunidad de hacer su maestría en los Estados Unidos, y pensaba que esa sería una gran experiencia de crecimiento personal y profesional. También lo conversé con Rafael y Raúl, quienes igualmente me dieron ánimos para venirme a Canadá. De hecho, recuerdo que fue Raúl Llovera una de las primeras personas con las que comenté mi interés en asociar comunicación y salud en mi maestría. Obviamente el componente hipocondríaco estaba presente en esta inclinación, pero también una curiosidad intelectual por explorar la influencia de los medios de comunicación en las formas en la que percibimos los problemas de salud.

En agosto de 1991 nos mudamos a Montreal. Cheryl estaba embarazada de Charlotte, que nació allí (es la canadiense de la familia; los demás seremos siempre unos canadienses “reencauchados”). Hice mi maestría en comunicación para la salud. Mi tesis, supervisada por la Profesora Micheline Frenette, fue un análisis de emisiones de televisión especializadas en temas de salud. Cuando volvimos a Venezuela en 1993 y me encargué de la dirección de la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, ya venía con la idea de desarrollar una línea de investigación en salud.  En 1995 leí otro anuncio de prensa. La Organización Panamericana de la Salud informaba de un programa de becas para investigadores en ciencias sociales y salud. Pensé entonces en la oportunidad de hacer el doctorado. Presenté un proyecto en la Universidad de Montreal, y de nuevo en agosto de 1995 estábamos de regreso en la metrópolis quebequense. El foco fue otra vez comunicación y salud, pero en esta oportunidad  más orientado hacia las políticas de salud. Bajo la dirección de Gilles Brunel (qepd), hice una tesis sobre el discurso público alrededor de la reforma de la salud en Venezuela. En 1998, después de finalizar los cursos del doctorado, recibí una llamada desde Caracas en mi apartamento en Montreal. Era Rafael Pedraza, en ese momento Director General de la agencia de relaciones públicas Burson-Marsteller en Venezuela. Me hizo una propuesta: vente a montar el negocio de salud de la agencia en Caracas. Le acepté la oferta. Después de dos años en la filial venezolana, Paco Polo, quien era el jefe regional del sector salud de la agencia en Miami, me invitó a unirme a su equipo. Pasé siete años allí, donde llegué a ser el responsable de la práctica de salud para Latinoamérica. Me había quedado, sin embargo, el gusanillo universitario, así que cuando se presentó la oportunidad de venirme a la Universidad de Ottawa no lo dudé mucho.

Este campo me ha dado muchas satisfacciones. Alimenta esa necesidad de “saber” que tenemos todos los hipocondríacos. Desde los tiempos de la maestría en Montreal, pasando por el manejo del negocio farmacéutico en Burson-Marsteller, hasta mis recientes investigaciones sobre diabetes y cáncer, he creído que aprendiendo más sobre lo patológico ejerzo algún control sobre la enfermedad. Claro que se trata de una ilusión, una ilusión sin mucho porvenir, parafraseando a Freud. La enfermedad, lo he comprendido con los años,  está siempre al acecho y se presenta incluso cuando creemos que la tenemos a raya. Lamentablemente en estos días me lo ha confirmado la experiencia, cuando la enfermedad se ha llevado a amigas de forma injustamente prematura.

P.S: La foto que acompaña esta nota no está muy clara, pero viene como anillo al dedo. En ella están, vestidos de “médicos”, los integrantes del equipo de salud en Burson-Marsteller Miami (aprox 2004): Mariateresa Carrasquero, Marcela Vaccaro, Harold Hamana, Isaac Nahón, Stephanie Camargo y Vanessa Gelman.

6 comentarios:

  1. Ya veo que compartes con Woody Allen dos puntos comunes, el uno es la hipocondría y el otro es tu ascendencia: ¿alguno más? La verdad es que ser hipocondríaco lo compartes con alguna persona más que conozco, la diferencia es que tú estás consciente de ello. ¡Eso es un enorme avance!!!

    ResponderEliminar
  2. Santa hipocondría que te puso en el camino de la salud y te hizo lo grande que eres. Tú una vez me dijiste, en profundo estado de iluminación =), que no es la enfermedad lo que jode sino lo que uno hace con ella. Desde ese día eres mi gurú.

    ResponderEliminar
  3. Isaca conozco bien tu hipocondrìa, pues me ha tocado compartirla y vivirla contigo jajaja. Como siempre hemos hablado seguimos entendiendo la salud a partir de la enfermedad, y estar sano no necesariamente significa no tener enfermedad, implica un concepto mas integral definido, màs no siempre entendido y muy maltratado, del a OMS, ese equilibrio entre lo biológico, lo psicológico y lo social...la praxis aún se queda en el cuerpo biológico ( y mira que hemos avanzado en entender el corpóreo), pero el cuerpo social sigue sufriendo los avatares...

    ResponderEliminar
  4. Luis:
    Esta memoria en particular la escribí teniéndote muy presente, pues ciertamente tú te calaste efectivamente mi hipocondría, sobre todo en los momentos más críticos. Creo que en parte mi encuentro contigo en la UCAB, cuando estudiábamos comunicación social, y tú ya eras médico, influyó también en mi decisión de aliar comunicación y salud...

    ResponderEliminar
  5. Marce:
    Con el tiempo eso que te dije sobre la enfermedad lo veo de forma más relativa. La enfermedad, lamentablemente, siempre jode. Uno tiene a veces cierto margen para hacer algo con la enfermedad.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Éste no lo había leído. Wao. Me gustó.

    ResponderEliminar