viernes, 3 de diciembre de 2010

El cante






La primera música que recuerdo haber escuchado suena a flamenco. Seguramente fue un canto litúrgico judeo-marroquí en la pequeña sinagoga de Tetuán a la que iba con mi padre. También recuerdo la música que escuchaba en la televisión marroquí, que tenía un efecto casi hipnótico en mí, entonces un niño de 4 o 5 años. No se me olvida tampoco el llamado del muecín a la plegaria en alguna mezquita de Tánger.  Ya en Caracas recuerdo a mi madre cantando algunas melodías del Romancero gitano que recopiló Federico García Lorca, romancero que escuché interpretado por Soledad Bravo en un disco o un casete que teníamos en casa. Después fui escuchando a los grandes del cante, especialmente gracias a mi tío Amran (Pocholo), que siempre tenía a mano un casete con los magníficos Manolo Caracol, Rafael Farina y Pepe Marchena. Una de las cantaoras que más me impactó fue La Niña de la Puebla con su interpretación de Los campanilleros (ver video que acompaña esta nota). Probablemente contribuyó a ese impacto el hecho de que mi madre me contara que la había visto cantar en un teatro en Tánger, ella ciega y acompañada por su pequeña hija. Después vendría el descubrimiento de Camarón, esa voz desgarrada del moraito.

No soy un experto en el cante ni mucho menos. Soy un aficionado que se emociona ante el canto de un gitano. Porque el flamenco es eso, sentimiento puro, la forma más elevada de comunicación de emoción pura de un ser humano a otro. Ya me lo había dicho mi maestro de música Antonio Roperti; del canto jondo viene la experiencia musical más radical. Claro que todas estas apreciaciones son muy subjetivas. Probablemente alguien podría decir exactamente lo mismo del blues o de algún canto japonés o africano.

En esta conexión flamenca hay también ese vínculo un tanto paradójico que tenemos los sefardíes con lo español, especialmente los sefardíes del norte de Marruecos. Primero está el vínculo con la lengua castellana, lengua que conservamos, arcaica y mezclada con el hebreo y el árabe, por cientos de años en los guetos llamados juderías. Después está la cultura que se expresa en una extraña nostalgia por los paisajes y las ciudades de una España y de una Andalucía míticas. Los romances sefardíes, que también escuchaba cantados por mi madre, son la mejor muestra de esta “saudade” por una tierra de la que fueron expulsados mis antepasados.  Y no se hable de nuestros cantos litúrgicos, muy bien interpretados por el Rabino Isaac Cohén de la Sinagoga Tiferet Israel de Maripérez. Más de una vez me provocó gritar un “olé” después de escuchar uno de sus melismas plenos de florituras. 

Pero racionalizar el porqué de esta afinidad con el flamenco y con todo lo que suena a andalusí resulta un tanto vano, pues es una afinidad que viene del corazón y de las entrañas, de una profundidad que no es explicable a partir de ningún discurso. En todo caso, uno podría decir como en el Polo margariteño: “El cantar tiene sentido, entendimiento y razón…”.

6 comentarios:

  1. Esto me recuerda cuando una judía askenazí le contó a mi madre un encuentro con judíos serfardíes donde se bailó flamenco con mucha emoción.Fíjate, comentó luego mi madre en casa, cómo guardan las costumbres españolas los judíos sefardíes. No sé Isaac si sabes que hoy en día en el programa español de Lengua y literatura existe un apartado dedicado a las variedades del castellano en donde se enmarca el castellano conservado por los sefardíes. Todos los niños españoles lo estudian. Muy interesante tu ensayo, como siempre.

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  2. No es por casualidad que el fado portugués, la canción de la nostalgia por antonomasia, esté muy ligado a dos cosas: los emigrantes, ya sean marineros que debían partir o los que se iban a vivir a otro lado; y a los gitanos portugueses, como la famosa "cantora" Severa, que inspiró muchos fados. No sé si será coincidencia, pero esta música floreció en el Bairro Alto de Lisboa, la llamada Alfama (palabra de origen árabe que se parece a la Aljama española, es decir el barrio de los judíos). Tanto el flamenco como el fado se han encontrado a veces. No en balde, Amália Rodrigues (sic) interpretó algunas piezas como Los Piconeros o Verde como el trigo verde; y más recientemente en la película Fados de Carlos Saura (2007), la cantante fadista del momento, Mariza, de Mozambique, hizo dúo con el cantaor español Miguel Poveda, con el tema Meu fado, y ambas interpretaciones nos llevaban de Portugal a España con apenas unos acordes. Te hablo del fado, mi querido Nahón, porque ya sé que vas a recordar que tu abuela era brasileña y que, además del folclor marroquí, los piyutim de Tánger y los cuplés de Sara Montiel, también recordaba su experiencia lusitana con los discos de Amália Rodrigues.

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  3. Néstor:
    Tu comentario sobre el fado viene muy bien, pues para mí tiene la misma profundida espiritual del flamenco. Además, cuando usé la palabra "saudade" lo hice con toda la intención, pensando en ti, que eres un gran melómano y experto en música de habla portuguesa (se dirá "lusonófana"?). Mi abuela Sara nació en Río de Janeiro. Allí escuchó esos fados que la emocionaban tanto. Un abrazo

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  4. ¨Más de una vez me provocó gritar un “olé” después de escuchar uno de sus melismas plenos de florituras¨ ... muy bonito, jaja.

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  5. Todavía tu madre me recuerda el disco ( en vinilo) que se perdió en la casa de Los Rosales, en esa casa donde también aprendimos a escuchar a Nina Hagen y Klaus Nomi... y unas cuantas sopranos y mezzo haciendo "gargaritas"... nos encantaba inventar al grupete sobre nuevos sonidos... cuando nos metíamos en Don Disco de Chacaito a comprar discos... mientras mas raros eran mejor y que luego queríamos incluir en nuestros trabajos audiovisuales.. todavía recuerdo aquel trabajo tuyo en la que te dió por hacer vídeos de zapatos y pies... el más serio siempre el Rafa, jajaja y ahora a ti con tu blog, yo sigo dándome de adolescente y joder soy el mas viejo, que me pregunten jajajaj

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  6. Luis:
    Para mí esa casa de Los Rosales tenía algo de mágico. Allí se nos ocurrían unas vainas rarísimas, como aquel programa de radio que grabamos para uno de nuestros cursos (Rafael, tú y yo) que era un homenaje al teatro del absurdo (dónde habrá quedado ese casete?).

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