viernes, 17 de diciembre de 2010

La raya amarilla

Un ticket to ride en el Metro de Caracas

Carlos Santiago González (qepd) fue nuestro profesor de periodismo radiofónico en la UCAB. Sus clases eran una verdadera aventura por el mundo de la palabra hablada. Eran una discusión y práctica sobre cómo pasar de lo escrito al habla, cómo hacer que el habla sea la expresión de una escritura distinta que exige pensar en quien está del otro lado de la radio. El profesor nos insistía en que escribir para la radio era tener presente siempre a quien nos estaba escuchando, como si estuviéramos susurrándole la noticia al oído. Los principios que nos enseñó se me quedaron grabados: redundancia, claridad, simplicidad. Repita, mijo repita, pues usted no sabe cuándo el radioescucha va a sintonizar su noticiero. Sea claro en lo que dice, construya frases cortas, siga la estructura básica de la buena sintaxis. Tienda a lo simple, no busque palabras rebuscadas, ni expresiones grandilocuentes.


Además de enseñar en la Escuela de Comunicación Social, Carlos era el encargado de manejar el sistema de anuncios en las estaciones del Metro de Caracas. El fue quien diseñó cuidadosamente los mensajes que se difundían por los altoparlantes del subterráneo. Cada mensaje tenía una intención particular: informar sobre cambios, horarios; educar a los usuarios para promover comportamientos adecuados; orientar al público; evitar accidentes; señalar a alguien que estaba cometiendo una infracción o asumía algún riesgo (“no pase la raya amarilla”).  Nos contó que el desarrollo de estos mensajes fue un proceso que se nutrió de la investigación del perfil del usuario y de la observación de su comportamiento. Nada fue dejado a la improvisación. La relación entre lo verbal y lo no verbal en la comunicación interesaba mucho a Carlos, como lo testimonia una entrevista que le hicieron en la revista Video-Forum en 1980 sobre el sonido en cine y televisión en Venezuela.


El trabajo que nuestro profesor hizo en el Metro de Caracas era el reflejo de una cultura corporativa que tuvo una gran influencia en los caraqueños. Desde su inauguración en 1983, el subterráneo caraqueño fue un ejemplo de diseño arquitectónico, planificación urbana, ingeniería, gestión eficiente y comunicación institucional.  Era un lugar común decir que los caraqueños, normalmente indisciplinados, ruidosos, rudos, nos transformábamos en “suizos” cuando descendíamos a las profundidades del Metro. 


Desde una perspectiva comunicacional, se puede decir que esta transformación no solamente era el resultado de unos mensajes bien escritos y bien difundidos, sino de un contexto total que transformaba la experiencia del usuario del Metro. Aunque un arquitecto podría explicarlo mucho mejor, creo que el Metro significó sobre todo la irrupción de una nueva estética que impactó el comportamiento ciudadano. No pretendo idealizar la situación, pero no cabe duda que el Metro cambió nuestra manera de percibir y apreciar la ciudad. De alguna forma, otras obras que se construyeron en los 70 y 80 tuvieron un impacto similar. Pienso en  la nueva sede del Museo de Bellas Artes, el Complejo Cultural Teresa Carreño y el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, entre otras.


Las noticias que llegan del Metro (y de las otras obras mencionadas) no son muy alentadoras. Recientemente, varios problemas de funcionamiento indican que el Metro está sufriendo los avatares de la falta de mantenimiento e inversión, y del deterioro de aquella cultura organizacional que ayudó a promover una mejor ciudadanía “subterránea” . Como en tantas otras áreas de la gestión pública, quienes dirigen ahora los destinos del Metro han cruzado la raya amarilla.

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