miércoles, 15 de diciembre de 2010

Llámame pa’trás

La vista desde mi habitación de hotel en Bal Harbour.

I am back. Después de dos días y medio en Miami (y casi un día viajando), estoy de vuelta en Ottawa. Miami, como Caracas, es el lugar de reencuentro con amigos y colegas. También es el lugar de reencuentro con el español, o más bien, con las distintas variedades de español que se hablan en Latinoamérica y la propia Miami, ese spanglish con acento cubano. Me vine con una expresión colombiana que no conocía: “correr la coneja” (los invito a descubrir el significado). 


En Miami las conversaciones se dan en varios niveles y estilos de español, con intromisiones del inglés. Por ejemplo, es imposible que alguien diga “una brecha” , siempre lo calificará como “un gap”. Es raro que alguien “asuma un desafío”, porque prefiere “enfrentar un challenge”. Cuando me mudé a Miami en el año 2000, los oídos me dolían cuando escuchaba a alguien que me pedía que lo “llamara pa’trás (del inglés call me back). Reconozco que ahora soy más tolerante con el spanglish y que incluso me parece que tiene un je ne sais quoi, que le agrega un sabor particular a la conversación. 


La experiencia idiomática de Miami (algo similar debe sentir alguien que vive en Houston y en Los Angeles) me hace pensar en aquel personaje de El Nombre de la Rosa de Umberto Eco que hablaba una mezcla de latín y otras formas dialectales romances, que después se convertirían en el italiano, el castellano, el francés o el catalán. Mi travesía vital me ha hecho especialmente sensible a la riqueza y los retos que implica atravesar distintas fronteras lingüísticas. Aunque nací en un país de habla árabe, mi idioma y el idioma de mi familia ha sido durante siglos el español, ó variantes del español desde sus formas más antiguas hasta el idioma moderno. En realidad, la forma antigua del español que hablaban mi bisabuela paterna (a quien tuve la dicha de conocer) y mis abuelos era la haquetía, es decir el judeo-español de los sefardíes del norte de Marruecos. Como ocurre con el spanglish de los cubanos, la haquetía es una mezcla de castellano arcaico, con árabe y hebreo.


Más allá de la hibridación, el judeo-español es también la expresión de una cultura y de una sensibilidad particulares. Los romances, esas canciones que trajeron los sefardíes expulsados de España, no solamente ayudaron a mantener el vínculo lingüístico, sino que sirvieron para transmitir entre las generaciones un imaginario sobre aquel país idealizado. Se trata de un extraño love affair con una madrastra (por no hablar de “madre patria”) que te ha repudiado. Ese “amor” se canta en romances nostálgicos como el que dice: “En la ciudad de Toledo, en la ciudad de Granada, vivía un mancebo que Diego León se llama…”.  En el plano religioso, el judeo-español comunica un sentido especial que en ocasiones no transmiten ni el hebreo y el arameo, los idiomas de las plegarias. Por ejemplo, en la noche de la Pascua (Pésaj) se lee el relato del éxodo de Egipto y se recuerda que nuestros antepasados comieron el pan sin levadura.  En judeo-español decimos: “Este es el pan de la aflicción que comieron nuestros padres en tierra de Egipto. Todo el que tenga hambre que venga y coma…”.  Hay en las palabras, en el fraseo, e incluso en el acento (pues esto hay que leerlo con un cierto acento) una dimensión que no tiene, al menos para mí, la oración original en arameo.


Pero lo que me maravilla del judeo-español, y de cualquier otro fenómeno lingüístico del mismo tipo, es su potencial para crear relaciones y tender puentes entre los seres humanos. Este idioma, en sus distintas variantes, fue la lengua de cientos de miles de judíos sefardíes no solamente en Marruecos, sino en Turquía, Grecia, Bulgaria, los Balcanes (la antigua Yugoslavia), Holanda, Curazao, Nueva York, Inglaterra e incluso en Alejandría (Egipto).  Tres anécdotas ilustran muy bien lo que quiero decir. 


Un día en Montreal, mi esposa y quien escribe estábamos haciendo la fila para pagar en una tienda y notamos que una pareja de viejitos que estaba detrás nuestro nos miraba con una sonrisa. Después que pagamos, el hombre y la mujer se nos acercaron y nos preguntaron, en un español un poco especial, de dónde éramos. Nos identificamos como venezolanos. Ellos nos dijeron: “Mosotros somos de Sofía, Bulgaria. Somos judíos sefardíes y mos gusta muncho escuchar español…” (nos estaban hablando en su forma de judeo-español). 


Cuando fui a Israel con 17 años pasé dos meses en un kibutz en el norte del país, cerca de la frontera con el Líbano. Allí conocí a Moshón, que estaba haciendo su servicio anual de reserva militar en ese kibutz. Moshón era hijo de judíos turcos que se habían ido a vivir a Israel. Nunca en su vida había ido a España ni a Latinoamérica, pero gracias a la herencia del judeo-español que le habían legado sus padres se podía comunicar perfectamente con nosotros, el grupo de muchachos venezolanos con los que se encontró en la Galilea.


Por último, les cuento de un amigo de la familia que vivía en Montreal y que decidió mudarse a Caracas (eso pasó ya hace algunos años, en tiempos de la democracia). Era un señor mayor, ya jubilado, que había nacido en Alejandría (Egipto) en el seno de una familia sefardí. Una vez le pregunté cómo se sentía en Caracas. Me dijo, en su forma de judeo-español: “Me gusta muncho Caracas. Lo que más me gusta es que puedo hablar con la gente en español y que puedo meldar el periódico en español”. (meldar quiere decir leer). Noté en su rostro una tremenda satisfacción, como si después de muchos años se hubiera reencontrado con su “familia lingüística”.

4 comentarios:

  1. No sé si lo sabes, pero hoy en día cuando se habla del exilio español de 1939 se hace historia y esta historia se remonta a 1400 cuando moros y judíos fueron expulsados del territorio español. Tengo material muy interesante de los exiliados republicanos que en su día compararon su situación con la vivida por los judíos expulsados y ellos fueron los primeros en tratar de este tema. De momento, como es un material para mi tesis doctoral, es confidencial, pero cuando la termine espero compartir este material de forma pública.

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  2. El tema del "spanglish", de la hibridación de lenguas, da para rato. Es parte de la historia de las migraciones y un proceso natural, aunque hace complicado el preservar intacto el idioma. Cuando yo llegué a Los Angeles me volqué en el aprendizaje del inglés y abandoné la lectura en español. A pesar de escribir en español para un medio de comunicación hispano -cosa que gracias a Dios, a la larga, me ha ayudado a preservar mi gramática maomeno- en un principio mi idioma materno se resintió. Sin darme cuenta, comencé a cometer pequeños errores de construcción gramatical y a usar palabras que no existen, hasta que un día un editor me llamó aparte y me dijo: mira mijita, (era cubano) te está pasando lo que nos pasa a todos cuando venimos aquí, se te está jodiendo tu idioma!!!
    Así que recuerda que debes leer mucho tanto en inglés como en español...no olvides eso.
    Es por eso que me gusta leer textos con un español tan preciso como los que escribe Isaac y, gracias a Internet, puedo leer medios de todos los países y descubrir como se dicen esas cosas nuevas que ahora sólo sé decir en inglés porque me falta la referencia en mi idioma.
    Y es que ya tengo más tiempo en Los Angeles que lo que viví en Caracas. Parece mentira. Me fui a los 22 y ya tengo 24 aquí. Soy, de gentilicio, Caraqueña-angelina. Y eso sin contar el catalán de mi familia materna que de vez en cuando aparece por ahí en algún rincón de mis neuronas. En fin, que viva la mezcla, como decíamos el otro día.

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  3. Por cortesía de Pilar Marrero (Teté), comparto este link con una traducción parcial de El Quijote al spanglish:

    http://www.cuadernoscervantes.com/art_40_quixote.html

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  4. Gracias a Mercedes Fuentes por este link que muestra que, a pesar de todo, el judeo-español está vivo:

    http://www.esefarad.com/?p=6327

    Mercedes, me gustaría mucho leer sobre esa relación entre los republicanos y los sefardíes. Envíamelos, por favor, a inahonserfaty@gmail.com

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