sábado, 4 de diciembre de 2010

Tan lejos, tan cerca

Kanata, Caracas
Hace un par de meses iba yo en el autobús de camino a la Universidad de Ottawa a eso de las 8:45 a.m., cuando recibí un mensaje por el Blackberry. Era mi hermana desde Caracas que me decía: “Mamá quiere saber si el que hizo la pregunta que César Miguel Rondón leyó en la radio eres tú”. Al principio no entendía muy bien lo que me quería decir.  Me tomó unos segundos caer en cuenta que sí, que esa mañana, más o menos una hora antes, sentado frente a la computadora con la que escribo esta nota, le envié una pregunta a César Miguel desde mi cuenta de Twitter (@emilioelmoro). “Es que leyó una pregunta que le envió emilioelmoro”, agregó mi hermana. “Mamá quiere saber si es el mismo emilioelmoro que ella conoce”. Entonces todo cuadró perfectamente en mi cabeza. Mi madre, que como yo sintoniza el programa radial de César Miguel cuando se levanta todas las mañanas  (ella en Caracas, yo en Ottawa), escuchó la pregunta  que hizo un tal emilioelmoro.  Llamó entonces por teléfono a mi hermana, quien a través del Blackberry  cerró un circuito de comunicación global para que todo quedara confirmado. Mi respuesta fue: “Y qué otro emilioelmoro podría ser”.


Ese día me quedé dándole vueltas a lo que había ocurrido. Incluso lo comenté con mis estudiantes. Tenía la impresión que el evento era al  mismo tiempo banal y extraordinario. Banal, pues es ya parte de nuestra rutina de comunicación. A través de Skype, del Blackberry, Facebook, Twitter, estamos todos en todo y en todas partes. Pero era también extraordinario, pues yo, que estoy tan lejos de mi madre y de mi hermana, sentí por un momento que estaba muy cerca de ellas compartiendo un mismo espacio-tiempo desde el autobús del transporte público de Ottawa. En ese pequeño intercambio de mensajes desde el autobús se produjo un aceleradísimo viaje virtual desde Kanata (el suburbio donde vivo) a La Florida, la zona de Caracas donde viven mi madre y mi hermana. 

Esta sensación de cercanía e inmediatez contrasta con la que viví estando en Montreal hace casi 19 años. El 4 de febrero de 1992 estaba preparándome para llevar a  mi hijo Alessandro a la guardería cuando el locutor del noticiero de televisión de Radio Canada dijo: “Anoche en Caracas, Venezuela, paracaidistas trataron de tomar el palacio presidencial y derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez”. El 27 de noviembre de ese mismo año, a eso de las 4 de la madrugada, recibí una llamada de una amiga que vivía entonces en Toronto para decirme que había un golpe de estado en marcha en Venezuela y que esta vez los golpistas habían tomado el poder. Me dijo que Chávez estaba hablando por televisión (después supe que ese era un mensaje grabado desde Yare donde estaba preso). Tanto en febrero como en noviembre mi primera reacción fue llamar a mis padres y a mis suegros, quienes nos dieron un breve reporte de la situación. Las informaciones las seguía por los medios canadienses, que no daban grandes detalles, y por la radio de onda corta, especialmente por el servicio latinoamericano de la BBC, que informaba con mayor profundidad. Para tener acceso a análisis y opiniones sobre la inestabilidad política en Venezuela leía El Nacional que llegaba con varios días de diferencia a la Librería Española. También consultaba los ejemplares de El País de Madrid  en la biblioteca de la universidad, ejemplares que también llegaban un par días después que habían circulado en España. Con las llamadas a la familia, los periódicos viejos y alguna que otra referencia en la televisión canadiense y los reportes de onda corta, uno se iba creando una opinión de lo que pasaba en Venezuela. Sin embargo, todo se iba estructurando lentamente, de forma fragmentaria, como un rompecabezas que había que ir armando con paciencia.

Hoy es imposible desconectarse de Venezuela. Sigo las noticias del país en Internet en un ciclo sin fin 24/7. Escucho la radio y veo la televisión de Caracas. Cuando Chávez inicia una cadena y voy en el autobús de regreso a mi casa en Kanata, puedo leer en el Blackberry lo que el presidente va diciendo, reportado con precisión obsesiva por Alberto Federico Ravell a través del Twitter. Cuando ocurre un desastre natural o un accidente, o se va la luz en una zona del país, lo sé casi inmediatamente. En ocasiones, conversando con mi madre por Skype, le hago un resumen de los eventos del día en Venezuela, lo que no deja de sorprenderle: “Si parece que vivieras aquí”, me dice.  Claro que yo vivo todo virtualmente. Sé que la realidad en el terreno es muchísimo peor y más dura.  Pero no deja de ser extraordinario que estando tan lejos pueda estar tan cerca.

3 comentarios:

  1. Extraordinaria travesía...es verdad qué cerca estamos! ya te sigo en twiter para acercarnos más. Besos a Cheryl e hijos!

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  2. Comparto, como muchos emigrados, tu sensación, estamos un poco mitad y mitad, gracias a la tecnología viviendo en tiempo real y a la carta, todo lo que pasa en Venezuela. El único detalle es que no estamos físicamente .
    A mi no deja de sorprenderme que pueda charlar y ver a alguien que esta a miles y miles de kilometros en tiempo real..la virtualidad bien llevada. Y lo mejor...lo vivimos!! sobre todo viniendo de una generacion de la TV en Blanco y negro. Mas nada!

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  3. Tío:
    Es Angie, me he dedicado estos días a leer tu blog por completo, pero esta nota en particular me dejó fascinada. Admiro tu capacidad de hilar las ideas y lograr que la imaginación de quien te lee se pose, exactamente, en el lugar y momento que estás narrando. Este cuento ya lo había escuchado, tu sabes, entre la abuela, mi mamá y yo nos enteramos de todo =), pero contado así está mucho mejor.

    Un abrazo

    Angie

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